Con la llegada de los árabes a España la perfumería se extendió al resto de
Europa. Los países mediterráneos contaban con el clima adecuado para el cultivo
de flores y plantas aromáticas, principalmente el jazmín, la lavanda y el limón,
por lo que las costas de España, Francia e Italia se vieron de repente rodeadas
de plantaciones cuyos frutos eran aprovechados por los árabes, haciendo del
perfume la principal herramienta de su comercio.
Es aproximadamente en el año 1200 cuando tiene lugar el acontecimiento más
significativo relacionado con el desarrollo de la industria perfumista tal y
como hoy la conocemos. El Rey Felipe II Augusto sorprendió a los perfumistas,
que hasta ahora habían trabajado por su cuenta, con una concesión mediante la
cual fijaba los lugares de venta de perfumes y reconocía la profesión como tal,
así como la utilidad social de estas sustancias. Fue entonces cuando se
empezaron crear las primeras escuelas donde se formaron los primeros aprendices
y oficiales de esta profesión, que tras cuatro años de estudios pasaban a ser
maestros perfumistas que supervisaban los trabajos de prensado de pétalos,
maceración de flores, mezclado de ingredientes, y, en resumen, expertos
encargados de conseguir la fórmula del perfume deseado. Esta concesión a los
artesanos fue apoyada posteriormente, en 1357, por Juan II, en 1582 por Enrique
III, y, en 1658, fue ampliada por Luis XIV. Se convierte así Francia en la cuna
del perfume.
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